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Era una bella historia
 
Era una bella historia sin lágrimas ni sangre.
Una mujer, un hombre, y una mente despierta,
Pigmalión de cinceles desmenuzando el mármol,
que a clandestinos golpes de ideas los engendra.

Eran un bloque amorfo, sin líneas definidas,
en silenciosa pugna por adquirir siluetas,
y nacieron un día como nace la aurora,
casi de golpe, casi, como con impaciencia.

Carecían de historia, de olvidos, de recuerdos,
espíritus en blanco perdidos en la niebla.

Y empecé a darles nombres, galanterías, hijos,
edad, incomprensiones, como cualquier pareja.

Y se fueron haciendo casi reales, como
los álamos, la brisa, la luz, la luna llena.
El era impedimento, no le presté relieve,
pero a ella la hice hermosa como la primavera,
joven y apasionada como un dulce adulterio
jugando a lo perverso con aires de inocencia.

Ella no lo sabía, pero yo la fui amando,
con un cierto respeto maldito en la cabeza.

Ella también me amaba, y aunque no me lo dijo,
fui yo, que al concebirla, la hice así, a mi manera.

Le hablaba cada día con una voz lejana
que era murmullo alegre, pero también tristeza.
Proyectaba su vida, su despertar, sus noches,
le trazaba caminos, le organizaba fiestas,
pero nunca invitaba a su esposo ni a sus hijos,
era tan sólo mía, yo les di la existencia,
y le inventaba al hombre viajes de negocios,
y ella ensanchaba el hueco dentro de su cabeza
donde abandono y duelo golpean las paredes,
y la cárcel del alma se le llenó de grietas.

Se iba perfeccionando, se me independizaba,
era más ella misma que mi génesis, era
más mujer, menos mármol de programada vida,
formulaba preguntas y emitía respuestas.

Y comenzó a mirarme de frente, como miran
las mujeres audaces que no sienten vergüenza.

Y un día…, no era un día de sol ni de canciones,
un día de llovizna, cuando por las laderas
ruedan leves sonrisas sin romper el silencio,
y se abren olorosas y blancas las gardenias,
me rozó con sus dedos las mejillas, diciendo
palabras que yo nunca le asignara a su lengua.

Se había emancipado, pero en aquel momento
me pareció más mía que nunca antes lo fuera.
Agasajó mis días, me convidó a sus noches,
se me abrió, toda espíritu, toda piel, brasa y seda.

Y me amó, su palabra, directa e inequívoca;
y la amé, mi palabra, contagio y transparencia.

Y me negué a mirarla con visión de futuro,
sabiendo que los nudos siempre se desenredan.

 

 

Saluditos afectuosos

Fabiola

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